Me senté a escribir en la computadora. La abrí y enchufé para que no se acabara la batería. Hace unos días que me quedó dando vueltas el concepto claro y filoso del Dr. Jordán Abud sobre la educación: “la política en educación se ha preocupado por la técnica y no por los fines últimos del ser humano”. Los fines últimos, si es un fin último presupone una dirección y que es alcanzable. Dice algo de la naturaleza de lo que somos, pero a la vez habla de un movimiento. Entender la educación desde este dirigirnos hacia los fines, me llevó a una de las representaciones de este proceso en la literatura: el viaje. La educación simbolizada en un camino. Un protagonista (o también un héroe) se lanza a la búsqueda de su fin último. Si la literatura ha recorrido ese camino, antes lo ha hecho el hombre y, por lo tanto, también pensaba, nos tocará recorrer este viaje necesario para alcanzar nuestro fin último.
Mientras repasaba distintas historias, encontré que algunas de las características de este doble viaje, exterior e interior, las podremos ver iluminadas por un gran viajero que descendió y ascendió para la plenitud de su fin último: Dante Alighieri en “La Divina Comedia”, obra situada en el siglo XIV. En los primeros versos, Dante ilustra por qué comienza este camino, cómo es que se encuentra inmerso en esta nueva aventura: “A mitad del andar de nuestra vida/ extraviado me vi por selva oscura/ que la vida directa era perdida.” […] “Repetir no sabré cómo allí afuera:/ ¡tal sueño en el instante me oprimía/ en que dejé la senda verdadera!”. Dante pierde la recta vía, el verdadero sendero por el sueño, tópico importantísimo en la literatura universal. El sueño refiere muchas veces a la pérdida de la consciencia o del buen discernimiento. El poeta señala que este viaje sucede (y nos damos cuenta que no sólo a él por el posesivo en primera persona del plural) en la mitad del andar de nuestra vida. Ya siendo niños, como estamos acostumbrados, o ya en la mitad del camino de nuestra vida, este viaje vuelve comenzar, vuelve a sentirse el llamado a tomar vida directa, la recta vía. Como decíamos anteriormente esta educación entendida como proceso es doble y es personal porque también supone un movimiento interior. Es un viaje que a la vez que pretende alcanzar un “objetivo” o “superar una situación aversiva”, también requiere un abajar a conocerse uno mismo y a despojarse para madurar, para entender que el egoísmo reinante no es el fin último, sino la apoteosis, esto es la divinización por configuración con el Verdadero Maestro, y no la voluntariosa entronización de uno mismo.